24 de mayo de 2016

Reseña de "El Ruido y la Furia", de William Faulkner



Hoy me apetecía reseñar esta novela, cuya lectura terminé unos días atrás y me dejó perplejo. Una obra que ha sido catalogada de muy distintas maneras en diferentes sitios web, no muy extensa pero que encierra un sinfín de matices que la han hecho objeto de estudio desde hace años. 

El propio título ya posee su simbolismo, pues Faulkner lo sacó de Macbeth, una de las mejores y más famosas obras del inmortal William Shakespeare; concretamente de un soliloquio del quinto acto en la quinta escena, que reza lo siguiente: 

Mañana, y mañana y mañana

Se desliza en este mezquino paso de día a día,
A la última sílaba del tiempo testimoniado:
Y todos nuestros ayeres han testimoniado a los tontos
El camino a la muerte polvorienta Muere, muere vela fugaz!
La vida no es más que una sombra andante jugador deficiente
Que apuntala y realza  su hora en el escenario
Y después ya no se escucha más. Es un cuento
Relatado por un idiota, lleno de ruido y furia,

Sin significado alguno.

Son varios los personajes del libro que encajan con algunas partes del soliloquio, pero quizá la más simbólica es la referente a Benjy, uno de los más importantes de la novela, el hijo de la familia Compson que padece un retraso mental y que es motivo de vergüenza y carga familiar para los mismos. Donde más claramente se observa este punto es en la primera de las cuatro partes de la novela, relatada en primera persona por el propio Benjy, el cual, dada su condición, posee ciertos problemas para entender el tiempo como lo hacemos el resto, por lo que su narración es caótica y se presenta de manera desordenada, narrando simultáneamente y sin distinciones en cuanto a la estructura diversos sucesos que acontecieron en años y décadas diferentes. Va del pasado al presente de forma constante, explicando así al lector y siempre desde su distorsionado punto de vista sucesos que ocurrieron cuando los hijos de la familia eran solo unos infantes, para después trasladarse de nuevo al presente de la obra, que acontece entre los días seis, siete y ocho de abril de 1928. 

Las pasiones del incomprendido Benjy, acostumbrado a unas rutinas por las que se rige en parte su cordura, pueden apreciarse en esta primera parte: la sección del prado que le corresponde de las tierras de la familia, el fuego y su hermana Caddy, una de las pocas personas en la familia que le profesan amor y cariño. La parcela fue vendida para la construcción de un campo de golf para así, con el dinero, poder mandar a Quentin, el más brillante de los hijos, a Harvard, y para pagar el matrimonio de Caddy, por lo cual en el presente Benjy acostuma a observar a diario cómo los jugadores practican en el prado que antaño le perteneció.

La segunda parte está narrada desde el punto de vista de Quentin, que ama profundamente a su hermana Caddy, pero de una forma que va más allá de lo físico, llegando al punto de sentirse en la obligación vital de pagar por sus pecados y protegerla a toda costa. Cuando Caddy debe abandonar el hogar familiar por dar a luz a una hija fruto de una relación fugaz anterior a su matrimonio y ser abandonada por su marido a causa de ello, convirtiéndose en otra vergüenza para la familia, Quentin comienza a desequilibrase interiormente, lo que da como resultado una narración, si cabe, más caótica que la anterior, pero a la vez más elaborada, bella y rica en matices y detalles. Todo un reto para el lector y una parte brillante y magistral a causa de la ruptura de la estructura y del uso de un intenso y elaborado monólogo interior que nos llevará directamente al torbellino emocional que es la mente de Quentin. 

La tercera parte, narrada por Jason, el hijo que toma las riendas de la casa cuando el padre fallece, convirtiéndose en el sustento y cabeza de familia, es mucho más estable que las anteriores, y nos explica el presente desde su punto de vista. Jason se ha convertido en un hombre amargado, violento, misógino y racista que roza la maldad.

Sin desvelar más detalles de la obra, la cuarta y última parte está contada en tercera persona por un narrador omnisciente, pero siguiendo la estela de Dilsey, la matriarca de la familia negra sirviente de los Compson, y añadirá más detalles a la tercera parte narrada por Jason hasta llevar a la conclusión de la obra. 

Algunos lectores coinciden en que la novela ofrece una lectura amena que impedirá que uno suelte el libro hasta haberlo terminado; otros aseguran que por su complejidad y su caótica estructura es una lectura casi imposible, de complicado recorrido. Lo cierto es que, si uno se mete de lleno y presta atención a los detalles, sí es amena, rápida y deja un excelente sabor de boca. Es inmensamente rica en detalles, matices y personajes, complejos y elaborados, y cuya trama atrapa al lector y lo liga a la inevitable decadencia de esta familia sureña. Una lectura altamente recomendable, imprescindible.



Y a quien le guste el estilo de escritores actuales como Cormac McCarthy descubrirá en Faulkner a un autor que va todavía más allá. Fue precursor de este y ambos tratan como género la novela sureña en la mayoría de sus obras, pues son muchas sus similitudes a la hora de elaborar sus historias. William Faulkner siguió la tradición experimental de escritores como James Joyce, Virginia Woolf y Marcel Proust, y fue conocido por el uso de técnicas literarias innovadoras como el monólogo interior, la inclusión de múltiples narradores o puntos de vista y los saltos en el tiempo dentro de la narración.

El ruido y la furia fue la cuarta novela de Faulkner, publicada en 1929, y fue una de las más consideradas a la hora de entregarle el Premio Nobel de Literatura en 1949. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario